Sin duda estaréis todos de acuerdo conmigo que sería fantástico poder escuchar qué dicen los altos mandatarios en sus reuniones bilaterales. Pero como bien es sabido, estas reuniones son privadas, por lo que sólo trasciende lo que quieren que sepamos. En un mundo ideal, el contenido de los encuentros se haría público íntegramente, pero desgraciadamente no es así.

El único personaje que tiene el privilegio de escucharlo todo en este tipo de reuniones es el intérprete. Eso es lo que me encanta de esta profesión: la posibilidad de estar en sitios en los que nadie te ha invitado, y escuchar en primera persona cosas que como ciudadano de a pie no tendrías por qué escuchar. A pesar de todo, en el marco de nuestras funciones, los intérpretes acatamos un código ético que es la piedra angular de nuestro trabajo y de nuestra reputación como profesionales. Y el punto más importante si cabe de dicho código ético no es otra cosa que la confidencialidad.

traductam-gettyimages-interpretes-trump-putinY ahí justamente radica todo el embrollo con la intérprete que asistió al presidente Donald Trump en la reunión que llevó a cabo con Vladimir Putin hace unas semanas, Marina Gross. El congreso de los Estados Unidos pretende que la intérprete testifique y que entregue sus notas (que, por otro lado, seguro que a estas alturas serán incomprensibles incluso para ella).

Como bien dice Troublesom Terps, un grupo de intérpretes centrados en las «cosas que nos no nos dejan dormir», «Los Intérpretes se toman el secreto profesional y la confidencialidad muy en serio. Nuestro papel hace que sea de vital importancia no violar la confianza de la gente para la que trabajamos. Las asociaciones profesionales tienen códigos estrictos de conducta, que impiden a sus socios compartir información privilegiada. Además, los intérpretes que trabajan en encuentros altamente confidenciales deben superar controles de seguridad extra o firmar acuerdos de confidencialidad con sus clientes.»

Esperemos que el Congreso estadounidense encuentre otras formas de hacerse con la verdad del encuentro sin obligar a la pobre señora Gross a violar el sacrosanto principio de la profesión del intérprete, lo que conllevará para ella la pérdida de confianza y el reconocimiento profesional tan necesario en nuestra profesión.

En Traductam tenemos muy claro que el secreto profesional y la confidencialidad son sagrados. Y nadie podrá convencernos de lo contrario.

 

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Trump’s Interpreter Suddenly Finds Herself at the Center of a Political Firestorm, artículo publicado en Slator el 19/07/2018.

Donald Trump y Vladimir Putin en la reunión que celebraron en Helsinki, en julio de 2018. Fotografía de Brendan Smialowski para Getty Images.