Hace años, en una pausa de un congreso, se nos acercó a mi compañera de cabina y a mí un señor preguntándonos cómo lo hacíamos para interpretar. Se había montado toda una teoría que explicaba por qué éramos dos en cabina: una transcribía lo que decía el orador mientras que la otra traducía a partir de la transcripción. La verdad es que aquello me pareció todavía más difícil de que lo que realmente hacemos al interpretar de forma simultánea, que tampoco es moco de pavo.

La profesión de intérprete es muy exigente e implica una gran carga mental. Tanto, que a menudo entra en la lista de las profesiones más estresantes o se la compara con la de las controladoras aéreas o con la de los astronautas. Pero ¿qué se sabe exactamente de lo que pasa en nuestro cerebro cuando interpretamos? ¿Cómo logramos que suene fluido y natural este complejo ejercicio mental?

Interpretar: un misterio que fascina a los neurocientíficos

Desde hace años, existen muchos estudios centrados en las personas bilingües. Podríamos decir que los y las intérpretes vamos todavía un paso más allá, puesto que estamos jugando con dos lenguas al mismo tiempo y no nos podemos dar el lujo de mezclarlas. Yo siempre utilizo el símil de una cómoda llena de cajones. Cada cajón es una lengua, y hay que poder abrir cada uno de ellos en el momento adecuado sin que se nos mezcle el contenido de los demás.

Se sabe que la producción del lenguaje es una función cognitiva compleja. Por lo tanto, si la interpretación juega con dos lenguas a la vez, todavía lo será más. En el pasado se pensaba que había una zona del cerebro extremadamente especializada que nos permitía interpretar correctamente. Pero últimamente se ha descubierto que es la zona del núcleo caudado, una zona conocida por su implicación en la toma de decisiones y la confianza, la que actúa como directora de orquesta conectando distintas partes del cerebro para permitirnos realizar tareas complejas.

Otra de las zonas implicadas es el área broca, implicada en la producción del lenguaje y en la memoria de trabajo y que nos permite saber lo que queremos decir a continuación. Las regiones vecinas, encargadas de la producción lingüística y la comprensión, también interactúan para permitir este proceso de escuchar, comprender y hablar a la vez llamado interpretación.

Pero hay muchas otras regiones implicadas que todavía no se han estudiado en profundidad. De hecho, el departamento de la Universidad de Ginebra que está realizando estos estudios ha preferido centrarse por el momento en intentar entender los mecanismos que permiten al intérprete controlar estos sistemas de forma simultánea en lugar de adentrarse en cada una de las regiones de forma independiente.

Intérprete ¿se nace… o se hace?

Lo que parece claro es que el cerebro toma forma a medida que se practica la profesión y que el multitasking es algo inherente a ella. De ahí que corran rumores de gente que hace punto o dibuja mientras interpreta o, incluso, que hace crucigramas (aunque, debo decir que es algo que no he visto jamás y que suena más a leyenda urbana que a otra cosa).

Independientemente de esto, la carga mental de la interpretación es enorme. La interpretación remota no ha hecho más que agravar la situación, puesto que hay que estar pendiente de infinidad de otras cosas además de entender y reproducir fielmente el discurso. Por eso, cuantas más cosas puedan estar bajo control mejor. Ver al ponente, escuchar bien a los oradores, disponer de la documentación con antelación (mejor todavía si son los discursos) nos ayuda a anticipar y nos permite garantizar un servicio de excelente calidad que, en definitiva, es lo que todos queremos.

Para profundizar en el tema:

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